[tabs titles=”Ficha técnica”][tab]
Director: Shane Carruth
Guión: Shane Carruth
Producción: Shane Carruth, Casey Gooden, Ben LeClair, Scott Douglass
Dirección de fotografía: Shane Carruth
Música: Shane Carruth
Montaje: Shane Carruth, David Lowery
Reparto: Amy Seimetz (Kris), Shane Carruth (Jeff), Andrew Sensenig (el cuidador)
Duración: 96 minutos
País: Estados Unidos
Año: 2014
Distribuye: Good Films
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Clara Reynés
El filme tiene dos perspectivas desde las que puede ser analizado, como cualquier otro largometraje: fondo y forma. ¿Por qué plantear algo tan básico? Porque, para nuestra desgracia, por regla general los estrenos de este 2014 están haciendo primar o bien lo uno, o bien lo otro. En este caso no es así, sino que los dos aspectos se retroalimentan y se funden en Uno, y el código poético utilizado por Carruth sirve, por una vez, para plantear preguntas, o más bien, La Pregunta. Plantea, nos obliga a pensar, requiere una participación activa por parte del espectador, lo llama a su naturaleza humana, no social, y paradójicamente, plantea la gran cuestión metafísica sin dar respuesta, que es la única respuesta que, hoy por hoy, está en manos del hombre.
Como nuestra disección está resultando bastante intrincada, pasaremos a analizar, en dos breves párrafos, por qué nos ha encantado esta película, exponiendo nuestras propias conclusiones, que no por ello son las correctas, pues creemos que no hay fórmula, sino solamente el llamamiento a hacer este tipo de ejercicio filosófico-analítico. La sensación al acabar el filme es de abotargamiento; recuerda a la experimentada al ver La montaña Sagrada, o las ovas finales de Evangelion.
La película tiene un efecto catártico: después del atontamiento inicial, de la lucha por entender, la pasividad de aquel que se sabe vencido domina al espectador desconcertado; y, después del visionado del filme, tras reorganizar mentalmente y procesar el discurso audiovisual observado, es cuando empieza a manar algo: algo intangible, simbólico, excitante.
Durante los primeros diez minutos de metraje, asistimos a una serie de hechos aparentemente gratuitos, incluso aleatorios, que nos desubican. Esto ayuda a que el espectador (cuanto menos, aquel que no sea perezoso), abra su mente y se deje llevar, única y exclusivamente, cansado de intentar entender algo de manera narrativa.
Carruth hace su metraje con una estructura que no llegaremos a tildar de antinarrativa, pero sí como “no-narrativa” (entendemos por esta diferencia que, si bien los elementos narrativos constituyen una trama, esta está supeditada a una aspiración mayormente simbólica, pero aun así existen, y son bastante sencillos aunque rebuscados); se apoya también en un discurso formal bastante actual, con un montaje elíptico, cortando la continuidad sin por ello saltársela. Visualmente, hace uso de muchos planos detalle, enfoques y desenfoques: en este sentido, maneja una estética cinematográfica actual, pero no por ello rompedora (no ha hecho algo que no hayamos visto ya, aunque sí es maravillosamente estético).
El sonido imbuye todo el largometraje, otorgándole una atmósfera que nos hace sentir, constantemente, que un gran descubrimiento está por ser anunciado. Que una gran cuestión que cambiará el mundo tal como lo conocemos está a punto de eclosionar, y que nosotros, como seres humanos, lo veremos por primera vez, aunque siempre haya estado ahí.
Como no deseamos hacer spoiler, porque queremos que nuestros lectores vean este filme y extraigan de él su propia experiencia, pero por otro lado, no podemos resistirnos a la divagación a la que este nos invita, haremos una breve exposición de la carga simbólica tratada y cerraremos concluyendo por qué, si bien el contenido filosófico ya existía previamente, el formato en el que ha sido expresado nos parece grandiosamente adecuado.
Vemos, por un lado, la figura del hacedor, de aquél que crea, que controla, y que vigila; no hay nada más cercano a Dios que esto mismo. Este hacedor no sólo controla a los personajes y los vigila, cuidándolos asimismo; también está fascinado por el sonido. ¿Qué es la música, sino la sublimación del sonido que manipula el hombre para alcanzar la plenitud? ¿Qué era en su origen, si no la manera de llamar y honrar a los dioses, a lo profundo, a lo ininteligible por estar fuera del alcance de la vista?
Por otro lado, está la metáfora del gusano: ese gusano que genera en uno el microorganismo que nos interconecta. ¿Qué es esto, si no la teoría del Uno? ¿Realmente queda tan alejado del fuego de Heráclito, o de la ya concluida alegremente búsqueda del bosón de Higgs? ¿A qué vendría si no la referencia al libro Walden?
Una estructura rizomática que nos interconecta a todos haciendo obligatoria la solapación, pues ya no existe la división, sino que todos somos parte de un mismo organismo y así es como nos sentimos. Una red del caos, que el hombre ha intentado manipular por todos los medios posibles a su alcance, pero que sin embargo es incapaz de ver, pues la busca ejerciendo su parte racional y empírica, sin ser consciente de que sus propios sentidos lo limitan.
Por otro lado, está la conclusión final, el tercer acto: el cambio. El periodo humanista, el ensalzamiento de la propia naturaleza por encima del temor a Dios; el confrontamiento con este, su muerte.
Y, por último, la fusión, el entendimiento espiritual; la recuperación de la esencia, de lo primordial: todos somos uno, somos naturaleza, organismo, vida, y al igual que el resto de elementos que conforman el total, la única respuesta posible a la pregunta que llevamos planteándonos desde el inicio de los tiempos está contenida en nuestro interior. Es nuestra esencia, pero queriendo ver, hemos acabado abriendo tanto los ojos que hemos olvidado quitarnos la venda que nos impone nuestra mente.
Así pues, concluimos varias cosas: la primera de ellas, que si bien el discurso es enrevesado, está justificado: Carruth enmascara el contenido simbólico para que este filtre al espectador sin que, por ello, este entienda racionalmente el proceso: juega con nosotros, juega a distraer nuestra mente: ocupados en “entender” los giros de la historia, no nos damos cuenta hasta el final de todo el contenido simbólico que hemos revisitado: es mucho más interesante – entiéndase la ironía- jugar a ser el más listo e intentar encajar las piezas del puzzle, que sentir el contenido de este.
Aplaudimos pues a Carruth. Lo aplaudimos por su fotografía, por su música, por su interpretación, por su guión, por su dirección, por su afán de hombre-orquesta y por su genialidad; lo aplaudimos por ser un alquimista en pleno siglo XXI. Lo aplaudimos por enseñarnos ventanas que invitan a ser abiertas, aunque difuminadas en habitaciones complejas y etzerianas, donde personajes que corren excitados en bicicleta, tiran papeles, y se aman; personajes que se mutilan intentando encontrar la clave., la respuesta.
Lo aplaudimos por ejercer la mayor metáfora –pues es una metáfora constante-, de todo lo que hemos visionado, por lo menos en lo que llevamos de 2014, y por hacerlo prácticamente solo. Lo aplaudimos por jugar a ser Dios con su propia creación, y por conseguir sacudir y hacer florecer a las tan bien amuebladas y obtusamente desengañadas mentes de nuestro siglo.
[toggle title=”Dato cinéfilo“]El libro que es enviado a todos los invadidos por el gusano es Walden, la vida en los bosques; se trata de un ensayo publicado en 1854, escrito por H.D. Thoreau.[/toggle]
https://www.youtube.com/watch?v=NmHitvgFmek